Uno de los lugares que más me impresionó de mi primera visita a Tokio, hace once años, fue el emblemático barrio de Shibuya, uno de los más populares de la ciudad. Allí se encuentra el conocido cruce peatonal más transitado del planeta, ese que es atravesado por un millón de personas cada día y que ha aparecido en decenas de películas y documentales. Mientras intentaba tomar una fotografía en medio de esa ola humana que me arrastraba, imaginaba cómo se sentiría vivir en un lugar así: abarrotado de comercios, de centros de entretenimiento, de enormes pantallas, de deslumbrantes luces de neón, pero sobre todo, de miles de apresurados transeúntes, que por muchos que fueran, lo hacían sentir impersonal y poco amigable.
Hace un año me mudé a Tokio y para ser más exactos a Shibuya. Fue una extraña coincidencia de la cual sólo me percaté días después de haber rentado la casa donde vivo. Nunca hubiese imaginado que ese sitio apabullante que tanto me impactó una década atrás y que fotografié para no olvidar -siendo una turista más- hoy sería mi vecindario.

A pocos días de haber llegado estaba en la estación de buses del barrio -localizada a pasos del famoso cruce- tratando de entender, en ese lugar que se me antojaba infinito, cuál era el autobús que debía tomar. De repente, un japonés se me acercó pensando que yo lo veía fijamente cuando en realidad yo estaba leyendo el aviso que se encontraba detrás de él. Casualmente, este simpático hombre hablaba inglés y de esa forma pudimos comunicarnos. Era un personaje pintoresco y divertido, de esos que uno no olvida -aunque su nombre si lo olvidé- y completamente contrario al estereotipo del nipón tímido y callado. Nos despedimos después de una trivial conversación de quince minutos que sostuvimos mientras llegaba el bus que él me indicó.
Seis meses después recorría la misma zona, y estaba en aprietos tratando de conseguir unos zapatos específicos que tenía que comprarle con urgencia a mi hijo y que se encontraban agotados. Después del desespero en el que me hallaba, por haber ido a docenas de tiendas infructuosamente, me detuve en la acera para buscar con mi teléfono dónde había más almacenes. En esas, escucho a alguien que me saluda. Cuando subo la mirada descubro al mismo japonés de la estación del bus. Nos reímos por la tremenda coincidencia de volvernos a encontrar en una de las zonas más transitadas de una ciudad de treinta y ocho millones de habitantes. Le conté mi problema. Enseguida tomó su teléfono y con ayuda del GPS me llevó a otra tienda. Allí tampoco tenían lo que yo necesitaba, pero hizo que el vendedor buscara en qué parte de Tokio estaban los dichosos zapatos, además de pedirle que los reservara para mí y que imprimiera un mapa para que pudiera llegar sin problema. Después de ello, me acompañó a tomar un taxi y le dio instrucciones al conductor sobre dónde llevarme. Evidentemente, mi nulo conocimiento del idioma me hubiese impedido lograr toda esa tarea.
Ahora sé que este asiático amable y servicial se llama Hikaru y no es casualidad que su nombre signifique luz. Su luz, que ya me ha guiado en dos oportunidades, hace palidecer los neones del lugar. Hikaru me enseñó que la grandeza de un país radica en la bondad de sus personas y que Shibuya, mi barrio, es más amigable de lo que jamás llegué a imaginar. 🌸
Wow conicidencias que buena onda, la amabilidad de los japoneses a mí me encanto porque cuando anduve perdido siempre me ayudaban. ¿Por cierto como fue que le hiciste para vivir allá ? Uno de mis sueños es poder vivir un tiempo en Japón
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Gracias por tus comentarios Jorge. Tengo la fortuna de vivir aquí por el trabajo de mi esposo. ¡Mucha suerte en tu proyecto!
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Patricia… que tu vida esté plena de gente que te apoye….
He disfrutado mucho tu interesante historia…
GRACIAS!
Sigue así!
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Gracias a tí también por tu apoyo querido Eddy. Un fuerte abrazo.
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Patricia tu historia me hizo recordar que cuando viví por corto tiempo en Irago, Japón, soy mexicana. Una amiga y yo salimos de paseo y ya no sabíamos que autobús tomar para regresar a nuestra casa (estábamos pérdidas) y un par de señoras no sólo nos indicaron qué autobús y a qué hora deberíamos tomarlo, sino también nos invitaron un té helado ( era un verano muy caluroso) mientras esperábamos la hora de partir. Comparto y reafirmo la bondad, amabilidad y sentido de servicio de una cultura como la japonesa. Nos hicieron sentir como en casa. Fue una agradable experiencia. No sabes cómo saboree tu historia. Saludos.
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Qué linda experiencia tuviste Araceli, ¡gracias por compartirla!. Te mando un fuerte abrazo desde la linda nación nipona. 🤗
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Me encanto Paty …. Sabes que no soy de las que Lee mucho pero , con tus relatos llenos de tanta vida, me embrujas y haces que me quede pegada hasta el fin de cada artículo que escribes… Me transportas a ese momento vi la estación del bus a ti sonriendo y la cara del japonés… Gracias Paty por darme ese pequeño momento de dejar mi imaginación volar …
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Muchas gracias mi querida Ale por tus palabras y apoyo. Me hace muy feliz saber que te gusta leerme. Te mando un abrazo muy cariñoso 🤗
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Disfruto cada línea, gracias Patricia
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Muchas gracias querido Luis Fernando. Te mando un cariñoso saludo.
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mi primer viaje a japón fue en 2006, en esa ocasión me perdí en alguna parte de tokio, realmente no sabía como llegar a la estación de metro para poderme ubicar… un joven me ayudó, al verme desesperado darle vuelta y vuelta a mi mapa jejeje… me indicó como llegar a la estación, no entendí nada y muy amablemente (casi me lleva de la mano) me acompaña a mi destino… con su poco español y mi inglés tan malo, solamente pudimos comentar que yo era de méxico y que a él le gustaban las muchachas puertorriqueñas por sus caderas…
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Gracias por compartir tu experiencia Alejandro. Saludos.
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Cada vez que leo tus historias, recuerdo el libro que adora mi hija.. » El diario de Pilar»… Una niña que cuenta sus aventuras en Grecia, Egipto y Amazonas… Con tanta historia entretenida, espero algun día, poder comprarle a mi hija la saga de «El diario de Patricia», porque te aseguro que serías un «Pilar 2.0″… Besitos a la distancia desde Chile!!!
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Muchas gracias querida Alejandra. ¡Qué palabras más generosas y motivadoras!. Te mando un cariñoso abrazo.
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