Dosis de hospitalidad hospitalaria

Hicieron una reverencia al unísono, manteniéndose inclinadas mientras cerraba el ascensor. Contuve las lágrimas y el deseo de abrazarlas. Atrás quedaban quince días de un servicio memorable lleno de atenciones. No estoy describiendo un hotel, sino la reciente hospitalización de mi madre en Japón. 

Papá falleció meses atrás, y en medio del duelo, venir a Japón aliviaría el dolor de mamá , quien dedicada a cuidarlo en su larga enfermedad no había podido visitarnos. Decidimos que vendría en primavera para que, así como los cerezos, ella también volviera a florecer.

Poco después de su llegada a Tokio, y en el preludio de la semana festiva más importante del año, mi madre se cayó. La llevamos al hospital público del vecindario, donde fue atendida de inmediato. Una desafortunada fractura de cadera cambió en un abrir y cerrar de ojos su ansiada visita y nuestros planes, por una cirugía.

Un grupo de enfermeras empezó a prepararla, mientras el anestesiólogo y el ortopedista, ayudados por un servicio de intérpretes, le explicaron el procedimiento quirúrgico. Autorizamos todo, sin que hasta ese momento, más allá de los antecedentes médicos y uno que otro dato personal, hubiesen preguntado si tenía seguro de salud o cómo pagaría.

No acabábamos de salir del asombro por la rapidez con que ocurría todo, cuando fue llevada al quirófano, y tres horas después, salió con una espléndida sonrisa y un peculiar souvenir japonés: un nuevo fémur de titanio. Fue trasladada a una cómoda habitación, donde pasaría la siguientes semanas en medio del mejor servicio médico y humano.

Cada detalle nos sorprendía más que el anterior. La central de enfermería era un espacio abierto que invitaba a los pacientes a discutir su evolución. Los insumos médicos estaban al alcance de quien los necesitara. Quienes estaban hospitalizados, disfrutaban de un delicioso menú personalizado transportado en un moderno contenedor. Y las instalaciones eran tan agradables y modernas, que daba gusto estar allí.

Pero lo que nos dejaba sin palabras, eran los detalles y la gentileza del personal. En los cambios de turno las enfermeras pasaban por cada una de las habitaciones, saludando y despidiéndose de los pacientes, según fuera el caso. Esas mismas enfermeras alegraban a mamá balbuceando frases en español que acababan de aprender. Incluso se tomaron el trabajo de escribir todo un compendio de preguntas médicas en el idioma de ella.

Los doctores siempre disponibles y con la mejor actitud para aclarar nuestras dudas. La trabajadora social nos visitaba a diario ofreciéndonos ayuda. La fisioterapeuta, treinta centímetros más alta que mamá, la tomaba con tanta dulzura y cuidado, que pareciera estar tocando a la más fina de las porcelanas. Y el resto de los trabajadores, y hasta los demás pacientes, con gestos cariñosos nos hacían sentir en casa.

Regreso a la escena del ascensor y mientras veo al ejército de enfermeras inclinadas ante nosotras, dándonos un último adiós, no hago más que maravillarme con la calidad humana de los nipones, quienes nos enseñaron que la palabra hospitalidad viene de hospital, y que la amabilidad y la empatía se mezclan con antibióticos y analgésicos, convirtiendo una situación desventurada en una dosis de sonrisas dibujadas en el corazón. 🌸

9 Comments

  1. Excelente, que grato fuera que aquí en colombia tuviéramos una experiencia tan sólo similar, es verdad que el caos de la salud satura a los profesionales, Pero sin embargo el ser humano es humano de nacimiento, de lo contrario sería animal( y lo más raro es su compasión, cariño,humildad con su dueño o cualquiera que simplemente se le acerque), de tal manera que ningún caos nos puede quitar lo humano con que nacimos y así brindar un servicio de las magnitudes que se debe prestar.

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  2. Me encanto este corto relato. Ojalá así fuera la salud en nuestro país (Colombia), yo también soy medico. Pero el ver alrededor y todas las dificultades que hay para desempeñar tan hermosa labor muchas veces he querido dejar de ejercer esta profesión. La admiro por esa forma tan bonita de escribir. Dios la bendiga.

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  3. Hola Patricia,
    Lamento la fractura de tu madre pero me
    alegra a la vez la excelente experiencia que vivieron. Qué envidia se servicio y de calidad humana. Soy colombiana, vivo en USA hace muchos años – familiar tuya – y cada día veo con tristeza que nuestra cultura occidental Nos ha hecho olvidar lo importante: el ser humano. Todo es material.
    Como siempre tus relatos son vívidos y disfruto muchísimo de su lectura. Saludos.

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