Una amistad sin fronteras

Esta es la historia de una amistad que empezó hace veintiocho años entre dos niños, uno colombiano quien vivía en Colombia, y uno singapurense en Singapur. A pesar de la distancia, el idioma, las diferencias culturales y los obstáculos tecnológicos de la época, este vínculo logró permanecer en el tiempo, sorteando los azares del destino.

El primer protagonista es Rafael (mi esposo) quien a los doce años de edad decidió meterse a un club muy popular por ese entonces. Se llamaba Pen Pal y era un círculo para hacer amigos extranjeros por correspondencia. Rafael ingresó porque le interesaba tener amigos de otros países y quería aprender inglés, a través de la escritura y lectura de las cartas que debía intercambiar.

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En efecto, cruzó correspondencia con varios penpals de diferentes partes del mundo, pero ninguno con quien pudiera practicar el idioma inglés. Carmen (la hermana de Rafael) también ingresó al club, y a ella le empezó a escribir un estudiante singapurense llamado Jong Mun. Él es el segundo protagonista de la historia.

Carmen nunca le respondió a Jong Mun, así que Rafael le «pidió prestado el amigo» y le escribió una primera carta. Casualmente tenían la misma edad. Fue así como empezó una amistad por correspondencia que, durante nueve años, intercambió escritos, postales, recortes, fotografías y toda clase de souvenirs que cruzaron el planeta de extremo a extremo.

Las cartas demoraban un mes en llegar. Salían de Colombia con cientos de revisiones usando el diccionario español-inglés, y llegaban de Singapur en finos papeles de seda con la más prolija de las caligrafías.

Estos textos presenciaron como dos adolescentes tan distintos físicamente, tan lejanos geográficamente, pero al mismo tiempo tan iguales y tan cercanos, se fueron convirtiendo en hombres de bien que hicieron sus sueños realidad.

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Dejaron de escribirse a finales de los años noventa. Seguramente los remitentes, ya hombres adultos, estaban llenos de ocupaciones. Rafael conservó las cartas por casi veinte años hasta que un día, aún viviendo en Colombia, decidió que ya no las necesitaba. Qué arrepentido se sintió cuando años después de haber botado esa correspondencia, paradójicamente se encontraba viviendo en el mismo lugar donde había empezado la historia: ese «lejano país” llamado Singapur, donde nunca hubiese imaginado estar. Lamentablemente, no había forma de localizar a Jong Mun ya que ni siquiera recordaba su nombre.

Hace un par de años cuando viajamos a Colombia, la madre de Rafael le tenía una sorpresa: ella había rescatado las cartas. Inmediatamente mi esposo se puso en la tarea de localizar a su amigo, y vaya que casualidad, revisando los sobres, nos dimos cuenta que Jong Mun había vivido en un vecindario cercano a donde residimos actualmente, y para más sorpresa, a pocas calles del colegio de nuestros hijos.

Pues bien, pasaron varias semanas antes de que gracias a internet, Rafael pudiera encontrar a Jong Mun. Ambos estaban tremendamente emocionados y sorprendidos por el acontecimiento, pero como yo lo presentía, Jong Mun ya no vivía en Singapur.

A pesar de que nuevamente estaban viviendo en países diferentes, eso no fue ningún obstáculo para que una vez más se reanudara «esa amistad por correspondencia». La diferencia es que ya no eran cartas escritas por adolescentes que tardaban un mes en llegar, sino mensajes de texto instantáneos, escritos por adultos, gracias a los cuales ya no volverían a perder el contacto.

Bueno, y aquí va el feliz final de la historia, ¿o más bien el comienzo? Jong Mun viajó a Singapur y después de casi tres décadas esos dos niños se conocieron, por primera vez estrecharon sus manos ya adultas, y se dieron cuenta que una verdadera amistad no conoce fronteras y es para siempre. 🌸

* LEER ESTE ARTÍCULO EN INGLÉS *

3 Comments

  1. Estupenda nota. Me identifico con Carmen porque nunca tuve la persistencia para insistir en esas amistades. Pero aplaudo la testarudez de Rafael por ser siempre un buen amigo sin importar la distancia. Que vengan más notas como esta, que exaltan la amistad y los valores que tanta falta nos hacen.

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